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Valorar las riquezas de nuestra fe católica.
2.1. Jesús en la eucaristía.
Si el fin de comulgar es recibir el perdón de Dios para estar en comunión con él, ¿es necesario tener fe para que este sacramento tenga efecto en nosotros?
¿Si soy consciente de que mi fe es débil, debería abstenerme de comulgar hasta fortalecerla? Al no hacerlo ¿estaría respetando el sacramento?

No es así. Es una idea que repite mucho el Papa Francisco. La Eucaristía no es un alimento de los perfectos, sino de los débiles que quieren ser fuertes. En este sentido, la Eucaristía es la fuente más importante de la fe, no tiene sentido retrasarla hasta tener suficiente fe; sería como evitar comer hasta dejar de estar anémico. Para dejar la anemia, primero tengo que comer; para tener fe, primero tengo que comulgar.
Ahora bien, corrijo una afirmación que haces en tu planteamiento. El fin de comulgar no es recibir el perdón de Dios, para eso tenemos primero el bautismo, más tarde y frecuentemente, la confesión. Si tengo conciencia de haber cometido un pecado grave no debo acercarme a comulgar, antes debo confesarme. También por eso es bueno confesarse frecuentemente, lo que no es ni una tragedia ni una hipocresía; es realismo. Así como nos bañamos y lavamos los dientes todos los días, es bueno lavar el alma con frecuencia, es decir, confesarse. “Pero voy a volver a pecar”, bueno, pero también te vas a volver a ensuciar. Con ese criterio, si uno no se confiesa porque volverá a pecar, no debería bañarse tampoco, porque se va a ensuciar.

La clave para que no sea hipocresía, simulación, doble vida, conjuro o superstición, es el dolor del pecado cometido, que no tiene que ser físico ni emotivo, y el esfuerzo sincero por evitarlo en adelante, aunque uno sea consciente de que eso será muy difícil y hasta improbable en el caso de alguien que tenga un vicio arraigado. Para conseguir ese dolor hace falta fe. Y aquí hay una paradoja: es sencillo, pero no es fácil. Se trata, en definitiva, de ver a Jesús detrás de cada pecado, es decir, caer en la cuenta de que hemos ofendido a alguien que queremos y nos quiere, y actuar en consecuencia. No es la actitud correcta tener una rabieta por haber cometido ooootra vez el mismo error, o el desaliento ante nuestros repetidos fallos, o pensar, como ya pequé una vez, pues lo sigo haciendo hasta que me vuelva a confesar. Eso último sería tanto como decir: ya le falté una vez al respeto a mi enamorada, pues total, lo seguiré haciendo entonces. En definitiva, caer en la cuenta de que el pecado no es un error nuestro, algo que hacemos mal, un asunto estrictamente personal. La fe nos señala que se trata de romper la comunión con alguien que amamos y nos ama: Jesucristo. Y como nos interesa mantener esa comunión, sin escrúpulos ni ansiedades o temores, buscamos recuperar esa comunión lo más pronto posible, confesándonos primero, comulgando después.

¿Sería hipócrita seguir recibiendo la eucaristía sin tener esta convicción?
Sería hipócrita comulgar por compromiso, porque todos lo hacen, porque soy padrino o madrina o me voy a casar, para cumplir en definitiva. Sería cínico si viera en la confesión, en la práctica, una facilidad para pecar: “voy a hacerlo, total luego me confieso.” No es tan raro este defecto, más de una vez alguna persona ha querido confesarse por adelantado. Me aborda el viernes: “padre, mañana en la noche voy a pecar, ¿podría confesarme de una vez para comulgar el domingo?” En este caso, la confesión y la Misericordia de Dios se ven como un trámite. En esos casos sí soy hipócrita o, por lo menos, cínico. Resulta, entonces, mejor actitud, ser respetuoso y abstenerse de comulgar. Si “no lo veo”, es decir, “no me entra en la cabeza que ahí está Jesucristo”, también podría ser aconsejable no comulgar, haciendo quizá una comunión espiritual, es decir, una oración íntima donde le expreso a Jesús mi deseo de recibirlo. Pero no se trata de comulgar solo cuando en mi interior no tenga ningún género de duda y mi fe sea perfecta, porque en ese caso, nadie comulgaría nunca. Y volvemos a lo mismo, la comunión no es “para los perfectos”, sino que es “el pan de los hijos”, con los defectos y limitaciones que puedan tener estos hijos.
¿Ir a misa y no comulgar es como si no hubiese asistido?
No. La misa tiene un valor en sí misma. El mandamiento de ir a misa se cumple asistiendo, no es necesario comulgar, solo recomendable, muy conveniente, pero no es un requisito. Mucho jugo le podemos sacar a la Misa sin comulgar: nuevamente podemos hacer una “comunión espiritual”, nos beneficiamos de la Palabra de Dios así como de la explicación que el sacerdote hace en la homilía, y oramos a Dios Padre, con Jesús y en compañía de toda la Iglesia que, no debemos cansarnos de repetirlo, no está formada solo por santos, sino por santos y pecadores, de forma que no desentonamos ni estamos fuera de lugar si nos unimos a la alabanza que ángeles y santos tributan a Dios cada vez que se celebra la Eucaristía, aunque por diversos motivos, nosotros no participemos de ella.

2.2. La meditación materna de María.
Solo haré una pregunta: ¿Qué es la meditación materna de María?
Bueno, la palabra correcta no es “meditación” sino “mediación”. La que media, la que se coloca en medio, entre Dios y nosotros, no como un obstáculo que estorba, sino como una mediadora, intercesora, imprecadora. Alguien que pide por nosotros. Como nosotros nos vemos poca cosa y con escasos méritos, acudimos a la Madre de Jesús para que ella pida a Dios por nosotros. Es como si un pobre pone como aval a alguien muy rico para conseguir algo. Jesús, en la Cruz nos dejó a la Virgen como madre. Por eso ella es “Madre de Dios y Madre nuestra”. Y como tal, intercede ante Dios por nosotros. Se preocupa y nos quiere, como toda madre por sus hijos, nos defiende, acompaña, sostiene y anima. En este sentido, nos ayuda mucho en nuestro caminar terreno hacia la vida eterna saber que tenemos un Padre, Dios, y una madre, la Virgen. No estamos huérfanos en ese peregrinar nuestro de la fe que es la vida, lo recorremos en familia: con Padre, Madre y hermanos (los otros fieles de la Iglesia a quienes ayudamos con nuestro ejemplo, nuestra oración, nuestra caridad y nuestro consejo).
