¿Por qué la masturbación está mal? Médicos y psicólogos dicen que es normal. Conversación con alguien cuya identidad mantendremos en el anonimato.
Lo prometido es deuda. El post pasado quedó incompleto. Seguimos con el sexo, pero sin atosigar, no vaya a pensar alguien que es lo más importante o lo único importante. Sé que mi post así como nuestra conversación nos dejó insatisfechos. Algunos observaron: “es muy teórico”, otros pidieron respuesta a los tres planteamientos originales: masturbación, pornografía y relaciones prematrimoniales.
Vamos por partes. Lo primero fue dejar claro los principios (por lo menos intentarlo). Eso fue en el post anterior. De ahí se desprenden las lógicas consecuencias. Una vez que tengo claro el motivo de por qué algo está bien o mal, ya veré si lo hago mío, pues sigo siendo libre, nadie me puede obligar. Es decir: primero, tener claras las ideas, pues para cambiar de conducta necesito tener una motivación bien fundamentada. En un segundo momento viene el intento de cambio.

Usualmente, uno se da cuenta de que no basta tener las ideas claras y querer. Lo dice la misma Escritura: “Y comprendí que nadie puede ser casto si Tú Señor no se lo das… Entendí que esto es un don» (Sabiduría 8, 21a vg). En un tercer momento viene la oración, la petición de ayuda, acudir a Dios suplicando fuerzas. La oración, la caridad y los sacramentos se muestran absolutamente necesarios para coronar la meta. No bastan las ideas claras, pero por ellas debemos comenzar, aunque sean un tanto abstractas o profundas.
«Comprendí que nadie puede ser casto si Tú Señor no se lo das… Entendí que esto es un don» Sabiduría 8, 21a vg.
Comencemos por lo más fácil: la masturbación. Comencemos al revés, es decir, no explicar “por qué está mal”, sino intentar explicar “por qué está bien evitarla”. En el fondo es porque no me quiero pelear con multitud de médicos y psicólogos que sostienen su normalidad. Una cosa es que sea normal y frecuente, otra que sea lo mejor para uno.
Bien: ¿qué gano esforzándome por evitarla? Dominio de mí mismo, control de mis tendencias y fuerza de voluntad, capacidad de integrar mi sexualidad y mis impulsos dentro de un plan más grande y racional, capacidad de regir mi vida según los elevados principios a los que me invita Jesucristo. Excusas para hacerlo tengo todas, pero como diría un buen amigo filósofo: “Más vale aspirar a la excelencia y no alcanzarla, que aspirar a la mediocridad y conseguirla”.
Una cosa es que sea normal y frecuente, otra que sea lo mejor para uno. ¿Qué gano esforzándome por evitarla? Dominio de mí mismo, control de mis tendencias y fuerza de voluntad.

Ahora sí, ¿qué tiene de malo? Que no vivo la sexualidad según el plan de Dios. El sexo significa la total donación de la persona dentro del amor conyugal. La masturbación es todo lo contrario: no hay donación, no hay alteridad. Es poner el sexo al servicio del egoísmo. El sexo, que es un gran don de Dios al hombre para poder expresar corporalmente su amor y su donación, se pervierte, cambiando de fin y de significado. “La corrupción de lo mejor es lo peor” (corruptio optimi pessima, frase atribuida a san Jerónimo, por unos; a santo Tomás de Aquino, por otros). El cuerpo, a su vez, se usa como un objeto. Olvidando que somos miembros de Cristo y Templos del Espíritu Santo, lo convertimos en instrumento de satisfacción egoísta, pues me encierra en mí mismo, es una vivencia sexual que no me abre a los demás.
“Más vale aspirar a la excelencia y no alcanzarla, que aspirar a la mediocridad y conseguirla” (Carlos Llano Cifuentes).
Eso desde una perspectiva de fe. Una aproximación exclusivamente racional nos dice que la masturbación supone ordinariamente, un menor dominio de uno mismo y sus tendencias; una incapacidad de integrarlas a un bien más elevado; el peligro de ser dominado por ellas y perder la libertad y el autodominio, al generar un vicio. La masturbación es altamente adictiva, rápidamente produce un vicio muy difícil de erradicar. Lo que libremente elegí me arrebata la libertad. Como en todos los vicios, soy libre para masturbarme, pero rápidamente pierdo esa libertad para dejar de hacerlo. En casos patológicos, no tan infrecuentes, se vuelve algo obsesivo, que no se erradica, como ingenuamente suponen algunos, con el matrimonio, ni con la edad (por lo menos mientras es físicamente posible). Es una esclavitud muy dura la que impone y, a la postre, produce progresivamente menos satisfacción, de forma que en algunos pocos casos genera parafilias (conductas sexuales desviadas o depravadas).

Pero más que miedo a la masturbación, hay que buscar el atractivo de la sexualidad integrada en un proyecto personal de donación y entrega: el atractivo del dominio de uno mismo y la fuerza que suponen las distintas tendencias que poseemos, ordenadas a conseguir los fines que nos proponemos, con la razón iluminada por la fe y el ejemplo de Jesucristo. En el esfuerzo por alcanzar tan elevada meta, nos conoceremos a nosotros mismos y palparemos nuestra necesidad de Dios. La lucha por vivir la castidad va de la mano del empeño por generar altos ideales humanos, salir de nosotros mismos y servir a los demás, adquirir hábitos de la oración y frecuencia en los sacramentos, y el crecimiento de la humildad. ¡Vale la pena el esfuerzo!
En el esfuerzo por alcanzar tan elevada meta, nos conocemos a nosotros mismos y palpamos nuestra necesidad de Dios. ¡Vale la pena el esfuerzo!