Publicado en La abeja, el 11 de junio de 2018.

Se aproxima el inicio del mundial de fútbol Rusia 2018. Es una estupenda ocasión para relajarse y pensar en asuntos banales, como puede ser el balompié. De hecho, en la actualidad, quizá el único elemento que nos una como sociedad sea el fútbol y ello, de modo particular, durante el mundial. Puede ser una excelente manera de relajar el estrés producido por la política y descubrir que, más allá de las lógicas diferencias políticas o culturales, formamos una unidad primero como país y luego como humanidad. El juego y la risa constituyen dos formas sanas de experimentar lo específicamente humano.

Para los cristianos, el juego, como puede ser el fútbol, es importante no solo porque la actitud deportiva es encomiada y emulada nada más y nada menos que por san Pablo, que ve en ella el modo positivo de luchar por alcanzar una meta elevada, en este caso, la vida eterna; sino por el efecto unificador de la sociedad, así como la alegría y el relajamiento que produce -como ya mencioné antes-. Desde una perspectiva de fe, aquello que nos une y que no sea pecado (por ejemplo, no una banda de delincuentes o un cartel de droga) es fruto de la gracia. La alegría del hombre es grata a Dios, es verdad que su causa auténtica es más profunda (la certeza de sabernos amados por Él), pero todo lo que la fomente y no sea pecado le agrada, pues es un Padre que nos quiere felices, no amargados. La acción de Dios tiende a unirnos; la del pecado, a separarnos. El fair play nos enseña que, incluso cuando caemos derrotados, no debemos perder la grandeza de ánimo y la elegancia de ser capaces de dar la mano a los vencedores, pues al fin y al cabo se trata solo de un juego. El deporte bien vivido no nos convierte en antagonistas sino en compañeros.

De hecho, en la actualidad, quizá el único elemento que nos una como sociedad sea el fútbol y ello, de modo particular, durante el mundial.

La sociedad fragmentada y muchas veces enconada detrás de intereses políticos y económicos encuentra en el mundial un motivo de fiesta y de celebración, un elemento unificador más allá de las diferencias y, por ello, acorde con el querer de Dios, que fomenta por medio de su gracia la unidad entre los hombres. Es verdad que se trata de una unidad efímera; una vez pasada, presumiblemente, volveremos a las discordias de antes, pero sabiendo que a pesar de ellas podemos llevar con orgullo la misma camiseta. Nos da la conciencia de que, por encima de todo lo que nos separa, hay algo que nos une como sociedad. Antaño ese elemento unificador era la religión; ahora, con la sociedad pluralista, ya no lo es más, y parece ser que lo único que nos integra es el fútbol, y eso solo cuando competimos como país, pues hacia dentro, en los campeonatos nacionales, las “barras” pueden ser un elemento disgregador y de violencia. Sin embargo, solo por unirnos bajo una misma bandera a personas tan dispares, tiene ya un valor especial.

El deporte, además, constituye una forma sana de canalizar las energías de la juventud, alejándola así de la trampa de drogas y adicciones. Es verdad que no basta, y si no hay cultura pero sí talento, la fama puede orillar a los futbolistas a una vida desordenada y de despilfarro consumista. El espectáculo del mundial viene a ser un espectáculo sano que puede unir a la familia en torno a la pantalla o dentro del estadio. La afición al deporte puede ser una forma sana de encauzar las energías y gestionar el estrés, mal humor y desgaste emocional del trabajo; tiene, por tanto, un papel terapéutico en la vida personal, familiar y social.

Es cierto que no basta el “pan y el circo”, en este caso, “el pan y el fútbol”; pero son necesarios pues la persona, la familia y la sociedad necesitamos un distractor de la gravedad de la vida.

Es cierto que puede ser una forma de evadirnos: “panem et circenses”, se decía en la Roma Clásica para domesticar al pueblo: “pan y circo” necesarios para hacerlo olvidar las cosas importantes, haciéndolo dócil a la clase política dominante. Es cierto que no basta el “pan y el circo”, en este caso, “el pan y el fútbol”; pero sin ser suficientes, son necesarios, pues la persona, la familia y la sociedad necesitamos un distractor de la gravedad de la vida que nos permita volver renovados a los problemas cotidianos. Esperemos que el desenvolvimiento pacífico del mundial nos lo permita, en cualquier caso, la alegría y la unidad no pueden sino ser gratas a Dios.