La llegada de un nuevo Papa siempre es un momento delicado de la historia de la Iglesia. También constituye una ocasión de profunda esperanza. El advenimiento de León XIV no ha sido la excepción, máxime cuando ha sido fruto de un cónclave muy breve, lo que transluce un evento de profunda unidad eclesial.

El entusiasmo por el nuevo pontífice ha sido generalizado, se ha vivido un auténtico coro de acogida en toda la Iglesia. En esta ocasión no sólo la Iglesia, sino el mundo entero estaba a la ansiosa expectativa de quien sería el siguiente sucesor de Pedro. León XIV nos ha sorprendido a todos. En cierta forma, su elección expresa una instantánea de cómo está la Iglesia en la actualidad. Se trata de un Papa Americano, no en el sentido exclusivo de norteamericano, estadounidense, sino de toda América, la del norte y la del sur. Al día de hoy, la mayor parte de la Iglesia se encuentra en América y, desde un punto de vista tanto geopolítico como eclesial, resulta necesario, si no urgente, reconciliar a “las dos américas”, la del norte y la del sur. Si esa reconciliación pudiera encarnarse en una persona, esa sería León XIV.

León XIV rezando en la tumba de Francisco

Nació en los Estados Unidos, pero su ministerio lo ha desarrollado a caballo entre Norteamérica, el Perú y Roma. Ha sido, por lo demás, variopinto y rico: superior general de los agustinos, obispo de una diócesis peruana, prefecto del dicasterio de obispos, misionero, profesor de seminario y juez de tribunal eclesiástico. Si a ello se le añade que es políglota, difícilmente podría haberse encontrado una persona con un perfil más completo y rico, para desempeñar el oficio del Vicario de Cristo.

Ahora bien, desde una perspectiva católica, de fe, al Papa se le quiere como venga, no es necesario que tenga todas las dotes humanas y sobrenaturales de León XIV; pero, gracias a Dios, las tiene y ello redundará seguramente en bien de la Iglesia y la sociedad. La labor de los cardenales en el cónclave va más allá de ser “head hunters”, no se realiza analizando el LinkedIn de los candidatos; ojalá fuera tan sencillo, se trata de discernir quién es el indicado, el que el Espíritu Santo desea para la Iglesia en el momento actual.

Por eso, más allá de esquemas sociopolíticos, sobre si es de izquierda o derecha, conservador o reformador, lo importante es situarnos en un horizonte sobrenatural. El Papa, sea quien sea, es el “Vicario de Cristo” en la Tierra o, en expresión de Santa Catalina de Siena, que tanto amó a la Iglesia y al Papa, “el dulce Cristo en la Tierra.” Creo que, en líneas generales, así lo hemos recibido los católicos, más allá de las diferentes alianzas o tendencias que pueda haber en el seno de la Iglesia. Y pienso que esa es la actitud correcta, la que es grata a Dios, la perspectiva de fe, sobrenatural.

León XIV celebrando misa en la tumba de san Pedro

¿Qué nos queda ahora a los católicos? Después de un primer momento comprensible, de pasmo o asombro, el camino es muy claro: rezar habitualmente por el Papa, hacer el esfuerzo por estar en sintonía con lo que dice, y para eso es necesario conocer su magisterio y, ¿por qué no?, difundirlo de modo amable y accesible ahí donde nos encontremos. No es banal el servicio que se presta a la Iglesia y, finalmente, a la causa de Jesucristo, el de quien busca “llevar Roma a la periferia”, en expresión de san Josemaría. Y ello resulta especialmente urgente cuando, en la práctica, los medios de comunicación, ajenos a todo sentido sobrenatural, y sedientos de sensacionalismo y polémica, son los que filtran las enseñanzas del Pontífice. Difundir la auténtica doctrina del Papa, darle contexto y vulgarizarla, viene a ser un claro servicio a la Iglesia y a las almas. Hacer amable y atractiva la figura y el mensaje del Papa es tarea de los buenos hijos de la Iglesia. Se trata, en definitiva, con una expresión del beato Álvaro del Portillo, de “hacer amable la verdad.” Ojalá que no seamos remisos en ese deber con León XIV los buenos hijos de la Iglesia.