Hace poco más de doce años participaba en un programa de televisión católica, en el canal peruano JN 19.  Nos habían invitado a dos sacerdotes para comentar el cónclave, con la pretensión de “adivinar” quién sería el próximo papa. Obviamente no teníamos ni idea, pero hicimos nuestro mejor esfuerzo. En ese momento preciso salió la “fumata blanca” y unos minutos después el nombre del elegido: Jorge Mario Bergoglio. Nos sorprendió a todos, no nos lo esperábamos, a pesar de ser presuntos “vaticanistas”. Se trataba del primer papa latinoamericano, primer papa jesuita de la historia y primer papa en elegir como nombre pontificio “Francisco.”

Y, ¡vaya que Francisco ha hecho historia! A lo largo de estos doce años su pontificado ha marcado hondamente a la Iglesia, dejando una profunda huella. Simplificó la figura del Papa, la acercó a la gente, poniendo el énfasis en que es “obispo de Roma”, quitándole ínfulas al cargo.

Su pontificado es susceptible de dos lecturas antagónicas: una que subraya la “hermenéutica de la ruptura”, en feliz expresión del papa Benedicto XVI, frente a la que ofrece una hermenéutica de la continuidad. Se puede tener, en consecuencia, una visión antitética y una versión complementaria de los últimos pontificados. La realidad, sin embargo, no suele ser tan simple, ni resulta correcto, ordinariamente, reducirla a esquemas dicotómicos.

Francisco desarrolló, por ejemplo, algunas de las líneas de fuerza del pontificado de san Juan Pablo II: la misericordia, la centralidad de la persona. Si el papa polaco instituyó la fiesta de la Misericordia divina, en cuyas vísperas falleció, Francisco nos ha enseñado, yendo él por delante, a vivir la misericordia en primera persona, con los necesitados y con los que sufren. Es el ejemplo de la misericordia hecha vida, y como nota programática de la misión de la Iglesia.

Francisco complementó al pontificado de Benedicto XVI. Si para el papa alemán lo importante era la ortodoxia (la doctrina recta, como deja ver su lema: “cooperadores veritatis”), para Francisco lo importante es la “ortopraxis”, la práctica correcta, la puesta por obra de la caridad y la misericordia. Y más que ver a los dos pontificados como antitéticos, se pueden contemplar como complementarios. Finalmente, desde una perspectiva de fe, es el Espíritu Santo el que va dando sus líneas maestras a la Iglesia sirviéndose de los papas como instrumentos.

De Francisco destacan su coherencia y su autenticidad. Su empeño por llevar a la práctica las directrices del Evangelio, con gestos a la par simbólicos y elocuentes: celebrar su cumpleaños con mendigos de la calle, darles acogida en el Vaticano, celebrar la Misa In coena Domini en las prisiones, lavándole los pies a prisioneras y prisioneros, etc. La pobreza y el tenor sobrio de su vida, así como su cultura del trabajo dejan muy alto el listón de la sede papal.

Francisco diversificó los intereses políticos y sociales de la Santa Sede. Si antes estaban centrados, casi exclusivamente, en la promoción de la paz y la defensa de la vida, especialmente en la lucha contra el aborto y la eutanasia; ahora, sin dejar aquellos rubros, la Iglesia ha subido un clamor incesante por los migrantes y refugiados, así como en la defensa de nuestra casa común, es decir del planeta. El magisterio de Francisco sobre la ecología es bastante rico y elocuente.

Otro tema donde Francisco ha sido pionero, y que ha impactado profundamente en la forma de entender la Iglesia y hacer la Iglesia es la sinodalidad, como forma de dirigirla y encauzarla. También durante su pontificado, se ha observado un lento pero progresivo protagonismo de la mujer en el seno de la Santa Sede. Claramente Francisco tuvo la intención de colocar a mujeres en altos puestos del Vaticano, para beneficiarse de la impronta femenina en la organización y el gobierno de la Iglesia.

En fin, Francisco, desde el primer momento de su pontificado, luchó por conseguir y promover una Iglesia abierta, “en salida”, como le gustaba decir, donde caben todas y todos, y donde nadie se sienta incómodo o excluido, como, por ejemplo, las personas homosexuales o los divorciados vueltos a casar. Un buen amigo, nada practicante, al enterarse de su fallecimiento, me escribió: “Siempre lo recordaremos, sobre todo cuando mencionó: «En la Iglesia ninguno sobra. Ninguno está demás. Hay espacio para todos. Así como somos.»”

¿Cuáles serán los principales desafíos del próximo papa? El sucesor de Francisco se encuentra con una Iglesia marcadamente dividida. Muchos miembros de la Iglesia han leído la ortopraxis de Francisco en clave antagónica o dialéctica respecto a la ortodoxia de Benedicto XVI y san Juan Pablo II. Tres han sido los hitos que han provocado esta deriva antagónica: la ambigüedad del capítulo octavo de Amoris Laetitia, que abre la puerta de la comunión a divorciados vueltos a casar; el documento del Dicasterio para la Doctrina de la Fe llamado Fiducia suplicans, donde se permite dar bendiciones a parejas homosexuales; y el hecho de que personas marcadamente heterodoxas participaran en los sínodos, especialmente en los sínodos sobre la sinodalidad.

En ese sentido se ha simplificado superficialmente la división en el seno de la Iglesia entre liberales o reformistas y conservadores; entre una Iglesia que se mimetiza con el mundo -mundana a fin de cuentas- y otra que desarrolla una función profética respecto del mundo, denunciado su corrupción y yendo contra corriente. El nuevo papa se enfrenta con una Iglesia dividida, y tiene el desafío de ser el vínculo de unidad en el seno de la misma, que es la misión específica de todo sumo pontífice Por nuestra parte, a los fieles católicos no nos queda sino rezar por el eterno descanso de Francisco y por el papa que va a recibir su legado, que no la tiene fácil.