Desde la época de san Pablo el cristianismo ha sabido reconocer las “semillas del Verbo” (san Justino), presentes en las diferentes culturas y tradiciones. Quizá el ejemplo más conseguido de semejante actitud se encuentre en el famoso discurso de san Pablo al Areópago de Atenas (Hechos 17, 22-32). En esa narración, a pesar de señalar el desasosiego interior que experimentó el apóstol al encontrarse con tanta idolatría, eso no le impide, sin embargo, descubrir algo bueno en todo lo que veía, y apoyado en esa realidad positiva -el altar al “dios desconocido”- san Pablo comienza su tarea evangelizadora. Lo importante del caso es que ahí san Pablo inició una tradición en la forma de evangelizar de la Iglesia: la de cristianizar los elementos paganos con los que se encuentra en su labor evangelizadora. Lo hizo san Pablo en Atenas, como lo hicieron los misioneros franciscanos en América o los jesuitas en China. En el proceso de inculturación del evangelio es muy importante la labor de buscar esas “semillas del verbo” escondidas en las diferentes culturas, que conducen a la plenitud del cristianismo, en este esfuerzo es frecuente la cristianización de diversas celebraciones paganas. Quizá la más notoria sea la fecha de la celebración de la Navidad, que según parece ser, se tomó del culto de Mitra en la antigüedad.

Mitreo de San Clemente Romano

Una celebración cristiana que se ha empleado en dos ocasiones para “bautizar” a fiestas paganas precedentes es la de “Todos los Santos”. Por lo menos en dos ocasiones históricas ha servido para conferirle un significado a una realidad pagana precedente. La primera vez fue cuando se creó la fiesta. En un “primer acto” el Papa Bonifacio IV (550-615 d.C.) consigue del emperador Focas que donara el Pantheon de Agripa (la cúpula más grande de Roma después de la de san Pedro y el templo romano mejor conservado en la actualidad), para convertirlo en iglesia cristiana. El templo, anteriormente dedicado a “todos los dioses” (pan – todos, theon -dioses) se consagró el 13 de mayo del 609 d.C. a la Santísima Virgen y Todos los Santos. En vez de “todos los dioses”, ahora se veneraba, en el mismo lugar, a “todos los santos”. La fiesta litúrgica de esa conmemoración –“Todos los Santos”- quedó fijada en el aniversario de la dedicación de la nueva iglesia, el 13 de mayo.

Pantheon de Roma

El “segundo acto”, o la segunda cristianización que se realizó gracias a la fiesta de “Todos los Santos” vino unos dos siglos más tarde. El Papa Gregorio IV entorno al año 835 cambia la fiesta de Todos los Santos del 13 de mayo al 1 de noviembre. Ahora había que cristianizar otros cultos paganos, en este caso la fiesta céltica del Samhain celebrada en Irlanda, Gales y Escocia el 31 de octubre.

“El Samhain era una fiesta de año nuevo (se celebraba entre el equinoccio de otoño y el solsticio de invierno), marcaba el tiempo de recoger la cosecha, guardar a los animales y prepararse para el invierno; la celebración era nocturna (durante la “noche vieja”), en la que todos los fuegos se extinguían, se encendía una nueva hoguera (fuego nuevo) con huesos de animales sacrificados, de donde se tomaba el fuego con antorchas para volver a encender los hogares. Los celtas, al igual que otras culturas de la antigüedad, creían que el año nuevo era también el día en que los difuntos regresaban para convivir con los vivos, de ahí los símbolos funerarios, la utilización de disfraces y máscaras en estas festividades; en las puertas de las casas se colocaban nabos con una vela encendida para guiar el camino de los difuntos (sustituidos por calabazas cuando esta fiesta pasó de Irlanda a Estados Unidos). Pero no solo fue entre los celtas, sino en toda Europa, la noche de la víspera de Todos los Santos, que señala la transición del otoño al invierno, era el día en que las almas de los difuntos regresaban a sus antiguos hogares para calentarse en el fuego y confortarse con la buena acogida que se les hacía en la cocina, en este día también andan sueltas todas las hadas, los duendes vagan libremente y las brujas se aparecen volando montadas en sus escobas” (Víctor Joel Santos Ramírez, El origen del Día de Muertos, https://inah.gob.mx/especiales-inah/articulos/el-origen-del-dia-de-muertos#_ftnref9)

La fiesta de Todos los Santos se movió al 1 de noviembre para cristianizar el Samhain y su creencia supersticiosa en que los muertos regresaban del inframundo para entrar en comunión con los vivos. En cambio, se proponía que la auténtica comunión se daba entre los santos, que nos preceden en el cielo, con los hombres que permanecemos en la tierra. Era una forma concreta de vivir el dogma de la “comunión de los santos”, una manera de entrar en comunión con ellos a través de la oración y la acción litúrgica.

Un “tercer acto” relacionado con las dos celebraciones precedentes (Samhain y Todos los Santos) fue la conmemoración de los fieles difuntos. Gracias a una revelación privada, en la que un ángel le mostraba el purgatorio y le pedía que se celebrara una jornada de oración por los fieles difuntos después de la de Todos los Santos, el abad san Odilón del monasterio de Cluny comenzó a celebrarla en el año 998 d.C. Y de ahí, al poco tiempo, se extendió a la Iglesia universal.

Curiosamente Halloween pervivió, tomó su nombre de la fiesta de Todos los Santos, abandonando su anterior denominación Samhain. En efecto, recibió su nuevo nombre de All Hallow’s Eve”, que significa “Vísperas de Todos los Santos”, mostrando así su estrecha vinculación con una festividad religiosa y litúrgica.

Tenemos así tres celebraciones concatenadas, dos religiosas y una pagana, que expresan la particular comunión que podemos tener con quienes nos han precedido y gozan ya de Dios en el cielo o se purifican en el purgatorio. A diferencia de otras fiestas paganas que fueron subsumidas por el cristianismo -piénsese por ejemplo en la Navidad y el culto de Mitra-, la de Halloween no fue nunca completamente absorbida por la celebración de Todos los Santos, ni por la del Día de Muertos. Mantuvo su propia identidad y, gracias a los irlandeses, llegó a Estados Unidos, desde donde se difundió universalmente, como tantas otras manifestaciones de la ecléctica cultura norteamericana.

Pero fue precisamente en los Estados Unidos donde se comenzó a corromper su sentido original. Si previamente había existido un intento de cristianizarla, con la solemnidad de Todos los Santos, ahora se le daba un performance oscuro. En efecto, con el surgir del satanismo en los Estados Unidos durante los años 60s del siglo XX -recordemos como Anton Szandor LaVey funda “La Iglesia de Satán” en 1966-, poco a poco los movimientos satánicos fueron apropiándose de la celebración. De esta forma, durante el Halloween se desarrollaba una actividad satánica más intensa, y se la apropiaban algunos movimientos como fiesta del demonio y del inframundo.

Anton Szandor LaVey

Pero la vinculación del satanismo con el Halloween no es original, es de reciente factura, resultado de un intento de apropiársela para dotar de legitimidad y tradición al movimiento satánico y ocultista. Por eso se pueden distinguir con claridad dos formas de vivir la celebración en la actualidad: la más difundida, una fiesta comercial, conforme al mejor estilo norteamericano, que tiene a su vez dos manifestaciones: una ingenua fiesta infantil, donde los niños se disfrazan para pedir dulces, por un lado, o una fiesta de disfraces, para adolescentes y jóvenes, donde hay alcohol, baile y poco más. Ambos modos de festejar no tienen reparos morales, pues no incluyen ninguna intencionalidad de darle culto al demonio, y son conformes con la celebración original y auténtica. El segundo modo de vivir el Halloween, de carácter advenedizo, es aprovechar la ocasión para intensificar las prácticas satánicas. Obviamente constituye una celebración grotesca, con una intencionalidad corrompida claramente marcada, por lo que tiene todo tipo de reservas morales y, lógicamente, un cristiano jamás podrá participar en ella, promoverla o recomendarla.

La cuestión de fondo es si nos vamos a dejar despojar de la fiesta original del Halloween, que tiene muchos siglos de solera, y que no representa mayores reparos morales, por la presión, bastante marginal, de un grupo advenedizo de inspiración satánica. En cualquier caso, no se deben confundir los dos modos de celebrar el Halloween. No es lo mismo. No se le está dando culto al demonio cuando se piden inocentemente dulces, disfrazados de las distintas formas que el imaginario popular y literario ha creado: Drácula, el hombre lobo, Frankenstein o un monstruo o fantasma.

La fiesta original del Halloween ha sabido hablar el lenguaje que mejor entiende la cultura occidental, que es el lenguaje mediático y consumista, por eso ha podido consolidarse. Refleja así, de modo vivo, la manera de vivir y organizarse de nuestra sociedad. Es un espejo donde podemos reconocer algunos de los valores de nuestra cultura. Ciertamente no es una fiesta religiosa, ha resistido la presión a ser absorbida por la fiesta de Todos los Santos, pero ello no tiene por qué ser negativo. No todas las fiestas que celebramos los cristianos son religiosas, por ejemplo, las fiestas patrias. Esta fiesta cuenta también con unos valores humanos positivos propios, como pueden ser las raíces literarias de algunos de sus protagonistas (Drácula o Frankenstein), o la comunidad que sabe crear, al fomentar la generosidad con los niños repartiendo dulces, o la convivencia sana entre jóvenes. Por todo lo anterior, por sus raíces históricas entreveradas de elementos cristianos, así como su auténtico y original modo sano de celebrarse, no debemos permitir que las formas oscuras de celebrarla -el satanismo- secuestren la fiesta, o caer en el integrismo de descalificarla por “no ser católica”. En efecto, descalificarla por no católica o por considerar que promueve el satanismo significaría caer en el “escándalo de los pusilánimes”, siendo incapaces de descubrir nada positivo en lo que no tiene origen cristiano. Es la actitud opuesta a san Pablo, que sabe descubrir lo bueno que tienen las culturas a las que se quiere evangelizar. Es preciso que redescubramos el valor positivo del Halloween y lo rescatemos de su deriva satanista, reivindicando su añeja tradición salpicada de cristianismo. La celebración del Halloween nos ayuda a encauzar esa curiosidad natural que tenemos por lo sobrenatural, lo misterioso, el inframundo que, querámoslo o no, forma parte de nuestra visión de la realidad o del mundo. Es un modo de decir que lo real no se agota en lo sensible y que de una forma misteriosa existe lo sobrenatural o lo preternatural. Halloween, Todos los Santos y Difuntos vienen a satisfacer esa sed que nos impulsa a superar el materialismo craso, el mero naturalismo. Por eso tienen una función social y cultural que en sí misma es sana, siempre que se desvincule de sus derivas satanistas.