Acaba de concluir el viaje apostólico de Francisco a Chipre y Grecia, un viaje muy intenso, pleno de gestos y discursos que nos invitan a reflexionar. Podría parecernos un contexto muy diferente al mexicano en particular o latinoamericano en general y, sin embargo, contiene una serie de mensajes que parecieran dirigidos a nosotros.
Dos son las claves fundamentales del viaje: el ecumenismo y la migración. En el primer rubro Francisco pidió perdón por los errores cometidos por los católicos en el pasado y que propiciaron en gran medida la división y el distanciamiento con los ortodoxos, hasta el punto de romper la comunión entre ambas Iglesias. Así, con Jerónimo II Arzobispo de Atenas y de toda Grecia, afirmó: “Vergonzosamente –lo reconozco para la Iglesia Católica-, acciones y decisiones que poco o nada tienen que ver con Jesús y el Evangelio, sino que están marcadas por la sed de ventajas y de poder, han debilitado gravemente nuestra comunión. Y aquí, hoy, siento la necesidad de pedir de nuevo el perdón de Dios y de nuestros hermanos por los errores cometidos por muchos católicos.” Sólo nos queda esperar que las autoridades ortodoxas acojan esa petición, y se animen a emprender decididamente el camino de la unidad. La Iglesia Griega es muy renuente en este aspecto y, a diferencia de otras iglesias ortodoxas, en líneas generales, está cerrada al diálogo ecuménico.

Pero el tema que más directamente nos toca, es el de la migración. Francisco fue muy duro, comparando los campos de refugiados con los campos de concentración nazis, y aprovechó para citar en su discurso de Mitilene en el campo de refugiados, al premio Nobel y sobreviviente del holocausto Elie Wiesel: “cuando las vidas humanas están en peligro, cuando la dignidad humana está en peligro, los límites nacionales se vuelven irrelevantes.” Podríamos pensar que lo dice en el contexto de los inmigrantes de Medio Oriente y África que buscan rehacer su vida en Europa, encontrando muchas veces la muerte en ese intento. Pero el discurso de Francisco invita a pensar en nuestra realidad.
También nosotros recibimos a millares de migrantes, también representa un problema para el país -que está en clara recesión económica- la posibilidad de integrarlos a nuestra sociedad. También suponen un problema político, pues los Estados Unidos –la meta de su odisea- quiere que los detengamos aquí, que no los dejemos pasar. Y podríamos simplemente mirar a otro lado, desentendernos del problema, o peor aún, quejarnos de ellos. Se nos olvida también, que son personas, no estadísticas, que tienen sueños, ilusiones, esperanzas. Nos hace falta mirarlos a la cara, escuchar sus historias, tantas veces dramáticas, para darnos cuenta de que son uno como nosotros. Por ello, nuevamente citando a Elie Wiesel, Francisco dijo: “Me acerco a los hombres, mis hermanos, porque recuerdo nuestro origen común, porque me niego a olvidar que su futuro es tan importante como el mío.” ¿Realmente estamos dispuestos a aceptar que “su futuro es tan importante como el mío” o estamos heridos del mismo triste individualismo que lacera la conciencia europea?

Francisco sitúa en el individualismo cultural dominante la causa de nuestra ceguera para hacernos cargo de nuestros hermanos los migrantes: “ruego a Dios que nos despierte del olvido de quien sufre, que nos sacuda del individualismo que excluye, que despierte los corazones sordos a las necesidades del prójimo. Y ruego también al hombre, a cada hombre: superemos la parálisis del miedo, la indiferencia que mata, el cínico desinterés que con guantes de seda condena a muerte a quienes están en los márgenes. Afrontemos desde su raíz al pensamiento dominante, que gira en torno al propio yo, a los propios egoísmos personales y nacionales, que se convierten en medida y criterio de todo.”
En México nos toca experimentar las dos partes del conflicto. Con frecuencia nos quejamos de cómo trata el gobierno estadounidense a los migrantes mexicanos, pero ¿nos paramos a pensar en cómo tratamos nosotros a los migrantes centroamericanos? No vaya a ser que reciban un trato mucho mejor los mexicanos en Estados Unidos, que los guatemaltecos, hondureños y salvadoreños en México. Por eso el mensaje de Francisco nos interpela directamente, invitándonos a actuar.
