¿Qué es verdad y qué no en la historia de Adán y Eva? Diálogo con Alexandra Granda, Derecho

Al discutir sobre Adán y Eva tenemos que partir del hecho de que tenemos dos puntos ciegos, dos “X”, dos puntos oscuros, uno por el lado religioso y otro por el lado científico.

Comencemos por el científico. En este ámbito las hipótesis son bastante efímeras, en el sentido de que es una rama del saber en continua evolución -valga la redundancia-, continuamente hay nuevos datos que nos conducen a reformular o revisar las hipótesis anteriores. El estudio de la evolución se encuentra en una continua construcción o revisión. En líneas generales puede afirmarse que científicamente cabrían tres escenarios diferentes:

  1. Que descendamos de una pareja
  2. Que descendamos de un grupo poblacional que, aislándose del resto, evolucionó en un sentido hasta llegar al hombre como lo conocemos actualmente.
  3. La hipótesis del candelabro: que en diferentes lugares de la tierra hayan surgido hombres, con rasgos distintos, pero fecundos entre ellos, conformando así una especie propia.

No se puede decir con absoluta certeza actualmente, y presumiblemente tampoco en un futuro cercano, cuál de esas tres es la correcta, si es que alguna lo es. Para complicar el panorama, ha habido muchos homínidos, algunos de los cuales tienen visos de racionalidad (como el Neanderthal) de los cuales no descendemos. ¿Qué significa un hombre racional del que no descendemos?, ¿cómo puede compaginarse con la idea de que todos los hombres descendemos de Adán y Eva?

De esta forma, hay también distintas hipótesis sobre cuál fue el primer hombre racional. Está claro que el sapiens-sapiens es racional, pero el sapiens a secas puede remontarse hasta hace 190 mil años, ¿Adán y Eva serán de por allí? Otros consideran que habría que colocarlo en el Homo Erectus, porque tuvo que hacer una larga emigración fuera de África y se modificó la forma de realizar el parto, lo que supone o requiere habitualmente una ayuda humana para que tenga éxito y poder dar a luz. Ambas cosas suponen un cierto nivel de comunicación, un lenguaje y así se resolvería el enigma de la racionalidad del Neanderthal, pues es posterior al Erectus. Otros, en fin, remontan al primer hombre racional al Homo Habilis, pues ya hacía herramientas, lo que implica alguna forma de conocimiento universal, es decir, un saber que va más allá del práctico sensible concreto, propio de los animales. En efecto, una herramienta me sirve una vez y siempre.

En resumen, desde un plano científico, no podemos responder a la pregunta de forma definitiva, sobre si venimos de una pareja, un grupo poblacional o varios. Otra cosa sería hacer un acto de fe en determinada hipótesis científica, lo que no es correcto desde la ciencia misma, técnicamente se diría que es epistemológicamente equivocado.

Desde el plano científico, no podemos responder a la pregunta de forma definitiva, sobre si venimos de una pareja, un grupo poblacional o varios.

Pasemos al segundo punto oscuro: el dato bíblico. Para explicarlo, primero debemos decir que la doctrina de la Iglesia es que la Biblia nos enseña “verdades para nuestra salvación”; es decir, no cualquier tipo de verdades. No necesariamente nos enseña verdades científicas, biológicas, geológicas, e incluso históricas. Depende el contexto, su finalidad en cualquier caso, es proporcionarnos verdades salvíficas, esa es su misión, su fin y su intencionalidad. Pedirle otra cosa es pedirle “peras al olmo”.

La Biblia nos enseña “verdades para nuestra salvación”; es decir, no cualquier tipo de verdades. No necesariamente nos enseña verdades científicas, biológicas, geológicas, e incluso históricas

Hay algunos textos que quiero consignar para que se entienda y contextualice el alcance de lo que afirmo. El primero es de Galileo: “La Biblia no nos dice cómo es el cielo, sino cómo llegar al cielo”. Expresa en forma sintética y adelantándose más de 3 siglos, a lo que enseñará solemnemente el Concilio Vaticano II en su Constitución Dogmática sobre la Divina Revelación Dei Verbum: “Hay que confesar que los libros de la Escritura enseñan firmemente, con fidelidad y sin error la verdad que Dios quiso consignar en las sagradas letras para nuestra salvación” (n. 11). Y en otro lugar extiende esta idea más allá de la Biblia a toda la Revelación: “Mediante la revelación divina quiso Dios manifestarse a Sí mismo y los eternos decretos de su voluntad acerca de la salvación de los hombres” (n. 6).

En segundo lugar, quisiera citar a san Agustín, donde nos advierte que no debemos hacerle decir a la Biblia lo que no tiene intención de decir, y que, en cualquier caso, deberíamos siempre interpretar la Biblia en armonía con la razón y con los conocimientos bien fundados que tengamos. La referencia a este santo, que vivió entre los siglos IV y V, descalifica toda crítica que vea en la doctrina de la Iglesia una artificial y oportunista adaptación camaleónica a los avances científicos, con el velado intento de sobrevivir reformulándolos de forma adecuada. En efecto, este santo, con más de un milenio de anticipación, responde a las cuestiones acerca de la compatibilidad entre conocimientos profanos sobre el universo y el dato bíblico:

«Sucede de hecho, muchas veces, que un no cristiano tenga conocimiento o bien por una razón evidente, o bien por experiencia personal sobre la tierra, el cielo u otros elementos de este mundo, o sobre el movimiento, la revolución o también el tamaño y la distancia de los astros, o sobre los eclipses del sol y de la luna, sobre el ciclo de los años y de las estaciones, sobre la naturaleza de los animales, de las plantas, de las piedras y todas las cosas de este género. Sería una cosa vergonzosa, dañina y necesaria de evitarse a cualquier precio, si aquel escuchase a un creyente decir cosas absurdas sobre aquellos argumentos como si fueran las propias Escrituras (…) Cuando han encontrado a un cristiano sostener su propio error en nuestros Libros sagrados, en aquello que conocen perfectamente, ¿cómo tendrán fe en estos Libros cuando lean sobre la resurrección de los muertos, sobre la esperanza de la vida eterna y sobre el reino de los cielos, desde el momento que juzguen que estos escritos contengan errores relativos a cosas que han podido conocer ya por propia experiencia o mediante cálculos matemáticos seguros.»

En tercer lugar, a san Juan Pablo II refiriéndose precisamente a los textos bíblicos que nos narran los misteriosos orígenes del mundo:

“La propia Biblia nos habla del origen del universo y sus componentes, no con el propósito de enunciar un tratado científico sino en orden a establecer las relaciones apropiadas del hombre con Dios y con el universo. Las Sagradas Escrituras desean simplemente declarar que el mundo fue creado por Dios, y con el fin de expresar esta verdad se expresan en términos de la cosmología conocida en los tiempos del escritor sagrado.”

Por último, una precisión oportuna es la que hace la Pontificia Comisión Bíblica a una pregunta expresa del Cardenal Suhard de París, señalando que no tenemos claridad sobre el género literario de los 11 primeros capítulos del Génesis, que son los que nos hablan de la Creación, Adán y Eva, Matusalén, el Arca de Noé y la Torre de Babel:

“Bastante más oscura y compleja es la cuestión de las formas literarias de los primeros once capítulos del Génesis. Tales formas literarias no responden a ninguna de nuestras categorías clásicas y no se pueden juzgar a la luz de los géneros literarios grecolatinos o modernos” (Pontificia Comisión Bíblica, carta al Cardenal Suhard, 16-I-1948)

Es decir, que la exégesis o interpretación de los mismos es un tema abierto. No se puede dirimir en forma definitiva: no podemos decir que no contienen nada de historia, ni que son simplemente metáforas, o que solo contienen elementos míticos.

La exégesis o interpretación de los 11 primeros capítulos del Génesis, primer libro de la Biblia, es un tema abierto. No se puede dirimir en forma definitiva: no podemos decir que no contienen nada de historia, ni que son simplemente metáforas, o que solo contienen elementos míticos.

Con este marco, no podemos dar respuestas definitivas. Lo más coherente con la fe es pensar que Adán y Eva fueron dos personas concretas, nuestros primeros padres. Hay un motivo teológico fuerte: explicar el origen y transmisión del Pecado Original. Ahora bien, en el hipotético caso de que científicamente se demostrara alguna de las otras hipótesis, el único problema sería explicar teológicamente cómo se verificó tal pecado y cómo se transmite. Pero eso no sería una novedad absoluta: ya anteriormente se ha reformulado la teología ante la presencia de datos nuevos e incontrovertibles, por ejemplo, respecto a la necesidad del bautismo, al descubrir América, desarrollándose por entonces la teología del bautismo de deseo. Algo análogo podría suceder en esta cuestión.

El “monogenismo”, es decir, la doctrina de que venimos de una única pareja, no forma parte de las enseñanzas contenidas en el Catecismo de la Iglesia Católica.

En cualquier caso, cabe hacer notar, y poniéndolo en relación con la pregunta precedente, que el “monogenismo”, es decir, la doctrina de que venimos de una única pareja, no forma parte de las enseñanzas contenidas en el Catecismo de la Iglesia Católica. Dicho mal y pronto, uno puede pensar que Adán y Eva no fueron personas concretas, y no deja de ser católico por ello. No te conviertes en hereje, precisamente porque no forma parte de la doctrina oficial reconocida por la Iglesia. Qué duda cabe de que, si no es doctrina oficial, es coherente con la misma y conveniente, por ello, hasta que no se demuestre lo contrario, sea por vía científica, sea por exégesis bíblica, personalmente sigo pensando que venimos de ellos. Pero si en un futuro se demostrara que no es así, no se tambalea mi fe porque no forma parte del contenido de la fe.

De hecho, Benedicto XVI recientemente, al hablar del pecado original obvia la cuestión del monogenismo, dejando la puerta abierta y subrayando en cambio que, de lo que no podemos dudar porque tenemos experiencia habitual y cotidiana de ello, es del Pecado Original y sus consecuencias palpables:

“Como hombres de hoy, debemos preguntarnos: ¿qué es el pecado original? ¿Qué enseñan Pablo y la Iglesia? ¿Es sostenible hoy aún esta doctrina? Muchos piensan que, a la luz de la historia de la evolución, no habría ya lugar para la doctrina de un primer pecado, que después se difundiría en toda la historia de la humanidad. Y, en consecuencia, también la cuestión de la Redención y del Redentor perdería su fundamento. Por tanto: ¿existe el pecado original o no? Para poder responder debemos distinguir dos aspectos de la doctrina sobre el pecado original. Existe un aspecto empírico, es decir, una realidad concreta, visible, diría yo, tangible para todos. Es un aspecto misterioso, que afecta al fundamento ontológico de este hecho. El dato empírico es que existe una contradicción en nuestro ser. Por una parte, el hombre sabe que debe hacer el bien e íntimamente también lo quiere realizar. Pero, al mismo tiempo, siente también otro impulso a hacer lo contrario, a seguir el camino del egoísmo, de la violencia, a hacer sólo lo que le apetece aun sabiendo que así actúa contra el bien, contra Dios y contra el prójimo. San Pablo en su Carta a los Romanos ha expresado esta contradicción en nuestro ser con estas palabras: «querer el bien lo tengo a mi alcance, mas no el realizarlo, puesto que no hago el bien que quiero, sino que obro el mal que no quiero» (7, 18-19). Esta contradicción interior de nuestro ser no es una teoría. Cada uno de nosotros la experimenta todos los días. Y sobre todo vemos siempre en torno a nosotros la superioridad de esta segunda voluntad. Basta pensar en las noticias diarias sobre injusticias, violencia, mentira, lujuria. Cada día lo vemos: es un hecho.” (Benedicto XVI, Audiencia 3-XII-2008).

En resumen: no lo sabemos todo. No podemos decir con absoluta certeza si existieron Adán y Eva o no. Pero claramente el relato del Génesis resulta muy fecundo teológica y espiritualmente. Pues el proceso del primer pecado lo repetimos continuamente los hombres. A veces escucho lamentarse: “¡si Eva no hubiese comido la manzana!”, “¡si el tonto de Adán no le hubiera hecho caso!” Pero todos nosotros tenemos experiencia de saber que algo está mal, que no le agrada a Dios, y sin embargo lo hacemos. Todos nosotros tenemos experiencia de ese intento vano de ocultarnos de Dios o de huir de Dios ante la vergüenza por nuestro pecado, exactamente igual a como nos narra el Génesis que les sucedió a Adán y Eva. Es decir, se trata de un tipo o un modelo que se repite continuamente en la historia. Por ello, acudiendo a una idea platónica, podemos decir que el mito es más real que la historia, en el sentido de que, sin verificarse concretamente en un caso, se verifica constantemente en muchos. La respuesta sería entonces, incluso aunque fácticamente no hubieran existido Adán y Eva, su historia es verdadera porque nos transmite una verdad intemporal, que trasciende las fronteras del tiempo, y que es un modelo que continuamente se repite y del cual podemos aprender.

Dos últimos comentarios sobre el relato del Génesis. Primero que no es del todo original. Modernamente diríamos que contiene algunos “plagios” de textos mesopotámicos más antiguos, como “El poema de Gilgamesh”. Así, la figura de Noé, por ejemplo, tiene claros antecedentes en la épica de Atrahasis (Acadios), Utnapishtim (Babilonia),  Ziusudra (Sumerios). Esto no es ninguna irreverencia o sorpresa, está implícito en el texto citado de san Juan Pablo II más arriba (“se expresan en términos de la cosmología conocida en los tiempos del escritor sagrado”). Pero deberíamos decir que es un “plagio creativo”, depurado y enriquecido. Depurado de sus adherencias politeístas, propias de la cultura sumeria donde se originan, y enriquecido con un hondo contenido teológico. Por ejemplo, san Juan Pablo II realiza toda una catequesis sobre el significado de la sexualidad humana, plenamente actual, con base en el relato del Génesis.

La última idea es un intento de explicación teológica que me parece interesante, formulada por el teólogo André Leonard. Para él, Adán y Eva existían en un universo diverso del nuestro. En efecto, las características que acompañaban la vida en el Paraíso: no dolor, no enfermedad, no cansancio, no muerte, no son compatibles con el universo que conocemos. Para Leonard, una vez que hubieron pecado y fueron arrojados fuera del Edén, aparecieron en la Tierra, siendo los primeros homínidos evolucionados en poseer la conciencia, como característica propia de la espiritualidad humana. Personalmente me gusta esta explicación preliminar que, por ser teológica, no es un artículo de fe, pero que explica la fe en forma coherente con los conocimientos que actualmente poseemos.