Un diálogo con Alexandra Granda: ¿Todo lo que creímos es mentira?

Buena pregunta. En realidad, se trata de ver si creíamos en lo que teníamos que creer o, por el contrario, considerábamos como artículos de fe realidades que en realidad no lo eran, es decir, que no forman parte del contenido de la fe o depósito de la revelación.

Una nota preliminar: la fe puede ser objetiva o subjetiva. No solo creemos algo, sino que le creemos a Alguien, en este caso, a Jesucristo. La fe subjetiva es la confianza que tengo en Jesucristo unida a la convicción de que tengo contacto con Él a través de la Iglesia. La fe objetiva es el contenido de las enseñanzas predicadas por Jesucristo y transmitidas por la Iglesia como tales, es decir, como verdades de fe.

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Ahora bien, podría responder a tu pregunta con otra pregunta: ¿qué es lo que tenemos que creer?, es decir, ¿cuál es el contenido de esa fe objetiva, de esas verdades que Jesucristo quiso transmitirnos? Unida a esa pregunta, necesariamente, va otra: ¿dónde se encuentra ese contenido?, ¿están compiladas en algún lugar esas verdades de fe?

La respuesta es sencilla. El contenido de nuestra fe está resumido en el Credo que rezamos todos los domingos al ir a misa. Cabría otra pregunta más personal: ¿vas a misa los domingos? Es una manera de vivir y alimentar la fe, con la Palabra de Dios y con la Eucaristía: Pan y Palabra que son Cristo, el contenido, la fuente y la plenitud de nuestra fe, Aquel a quien le creemos y aquello en lo que creemos.

Pero el Credo es muy resumido, y en realidad forma solo una parte de nuestra fe. El contenido de lo que un católico debe creer se encuentra en el Catecismo de la Iglesia Católica. Un buen católico debe creer en ello, presentarle el asentimiento de su razón, pues ahí está compendiada con más detalle esa fe objetiva, aquello en lo que debemos creer, si aceptamos a Jesucristo y a su Iglesia, como mediadora necesaria e intérprete de su enseñanza auténtica.

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Una consecuencia necesaria también es que realidades que no se encuentran en el Catecismo no necesariamente deben ser creídas por un católico. Es decir, alguien puede ser buen católico y no creer en algo que no aparece en el Catecismo, porque en él se contiene lo que la Iglesia considera como verdad de fe.

En este sentido, puede haber cosas en las que creemos, o en las que creíamos, y que no estén contenidas en el Catecismo. Estas pueden ser verdaderas o falsas, pero no forman parte del depósito que la Iglesia considera como verdad de fe.

Sucede con frecuencia que personas consideran como algo esencial de la fe lo que no lo es, como realidades y creencias que son más bien de su entorno cultural e histórico, pero que no forman parte de la revelación de la que es depositaria la Iglesia Universal. Incluso puede haber personas que crean equivocadamente cosas supersticiosas o consideren como verdad de fe lo que no lo es en absoluto. No son raros los casos de superstición y sincretismo en las prácticas religiosas de algunos.

Cabe también la posibilidad de que creamos del modo equivocado; es decir, que el objeto de nuestra creencia sea correcto, pero no el modo como pensamos que fue. Podemos tener una visión ingenua, simplista o no completamente informada de cómo son las cosas, de qué es exactamente en lo que creemos.

Eso sucede con mucha frecuencia, por ejemplo, en referencia a la doctrina sobre la Creación. No debemos pensar que fue en seis días de 24 horas; la visión literalista (exceso en la interpretación literal de la Biblia, o interpretar literalmente pasajes que no tienen ese sentido ni finalidad) no forma parte del contenido que nos propone creer la Iglesia al respecto. Tampoco pensar que crear significa “aparecer” las cosas ya terminadas, como un mago saca al conejo del sombrero. Cabe un proceso y un desarrollo en la creación. Incluso no forma parte de la fe de la Iglesia el pensar en la creación exclusivamente como un evento del pasado, pues en realidad Dios sostiene en el ser –mantiene existiendo- toda la realidad continuamente.

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Por ello, más que decir “todo lo que creímos es mentira”, podemos decir que quizá creímos en cosas que no formaban parte del contenido de la fe, o quizá creímos en cosas que sí formaban parte, pero no del modo adecuado. Ahora bien, lo que es parte del contenido de la fe revelada por Jesucristo y transmitida por la Iglesia es verdad y lo será siempre.

Pero incluso en esto último cabe una precisión. Creemos en el contenido de lo que se revela, no en las fórmulas que expresan ese contenido. En ese sentido, las fórmulas o expresiones con las que se transmite la fe pueden ser mejores o peores, pueden ser malinterpretadas o evolucionar. Es lo que se conoce como el desarrollo homogéneo del dogma. La fe es la misma, pero la comprensión de su contenido va cambiando a lo largo de la historia, no en el sentido de que se crean verdades diferentes, o lo que antes era verdad ahora sea mentira, sino en el de que se va profundizando progresivamente en el contenido de la fe, y se puede ir mejorando el modo de expresar verbalmente ese contendido.

Cabe también el peligro de que alguien malinterprete el contenido de una expresión correcta de la fe. Para salir al paso de tal dificultad está el magisterio de la Iglesia, y muy particularmente la Congregación para la Doctrina de la Fe, cuyo encargo es velar por transmitir de forma veraz e íntegra el contenido de la fe revelada por Jesucristo y transmitida a la Iglesia.