El 28 de junio se celebró, a nivel mundial, el llamado “Día del Orgullo Gay”. En las diversas manifestaciones públicas realizadas por el colectivo LGTB (lesbianas, gays, transexuales y bisexuales) se reclama la tolerancia e igualdad de derechos, principalmente civiles. Sin embargo, existen aquellos que buscan también la aceptación de la Iglesia Católica. ¿Es factible esto?
A simple vista, que un gay participe de actos litúrgicos o comulgue es imposible. Pero, según el padre Mario Arroyo, doctor en Filosofía y capellán de la Universidad de Piura (Campus Lima), esta realidad no parece tan tirada de los pelos.
“Si una persona homosexual vive la castidad, no hay problema. Como cualquier cristiano, puede acercarse a los sacramentos. Recordemos que es distinto sentir que consentir. Tener una tentación no es pecado”, señala.
Explica, además, que la persona que realiza actividad homosexual no queda excluida de la Iglesia. Solo se le pide que se abstenga de recibir la eucaristía y el sacramento de la penitencia, hasta que se proponga vivir conforme a las enseñanzas del evangelio.
“La Iglesia defiende y representa los genuinos intereses de las personas homosexuales, como de hecho lo reconocen muchas de ellas. Más aún: denuncia cualquier acto de violencia hacia ellas, cualquier auténtica vejación o privación de sus legítimos derechos. Son personas y, por tanto, tienen dignidad y derechos; merecen respeto, comprensión, y todo lo que atente contra ello lesiona la caridad, el principal precepto del cristianismo”, agrega.
Ni matrimonio, ni altar
Sin embargo, el problema es más complejo. El colectivo LGTB proclama el amor entre dos personas del mismo sexo, lo cual en casi todos los casos implica la realización del acto sexual —por tanto, la ausencia de la castidad que la Iglesia les pide—. Al respecto, Arroyo comenta: “No es que se piense que las personas homosexuales no son generosas o capaces de donarse a sí mismas —es decir, de amarse—. No obstante, la actividad homosexual refuerza la inclinación sexual desordenada, caracterizada por la autocomplacencia”.
Así las cosas, las personas homosexuales que quieren vivir su fe cristiana no la tienen nada fácil. Menos aún, casarse y tener hijos. “La tentación de sacrificar la institución matrimonial y, por tanto, la familiar, para satisfacer los deseos de las minorías, es grande en la actualidad. Pero no debemos ceder. Las alternativas que permiten a los gays acceder a los hijos son, con frecuencia, lesivas de los derechos humanos y de la dignidad de la mujer, por ejemplo, con el tema de los vientres de alquiler”, dice.
La educación al rescate
Si una persona homosexual no desea alejarse de la Iglesia, como ya hemos visto, tiene que luchar en varios frentes. El padre Arroyo asevera que una adecuada educación sexual es muy importante para ello; una que esté “centrada en la realidad biológica y en la dignidad trascendente de la persona: somos biología, pero no solo biología. Educación que
nos lleve a reconocer con admiración lo que somos, es decir, a aceptarnos y a reconocer y valorar la diferencia respecto al sexo opuesto”.
Ello, agrega, frente a la ya conocida “ideología de género”, que ofrece una antropología donde “la imagen del hombre se ve empobrecida, egocéntrica, centrada en el sexo y en el capricho arbitrario. Lo importante no es lo que somos, no importa la realidad. Lo único relevante es aquello que queremos ser, olvidando que lo segundo descansa y presupone lo primero”.
Para el capellán de la UDEP, la educación es la vía elegida por la ideología de género para imponerse desde la infancia: “Esperan conseguir que el modo de vida homosexual activo sea percibido en la sociedad como banal, irrelevante, como una elección equivalente al color con el que me gusta vestir o al equipo de fútbol al que suelo apoyar”.
“En el camino, no obstante, violentan gravemente un derecho humano fundamental, reconocido por la Declaración Universal de los Derechos Humanos, como es el que tienen los padres de elegir libremente la educación de los hijos”, añade.
Arroyo se refiere también a la relación entre el Estado y la ideología de género, diciendo que para imponerse —a nivel educativo— “tiene que violar el espacio familiar, metiéndose a pontificar en los aspectos de la intimidad humana, valga la redundancia, precisamente en lo más íntimo como es la propia sexualidad, erigiéndose a la vez en árbitro moral, lo que tiene claramente visos de totalitarismo”.
Ni terapias, ni reparación
Cabe una pregunta final: el homosexual que vive según los principios de la Iglesia, ¿puede ser “curado”? Dice el sacerdote que la doctrina católica no fomenta las terapias reparativas en las personas con inclinación homosexual: “No le corresponde a la Iglesia definir si es una enfermedad psíquica o no, si es innata o adquirida. Este campo incumbe a los
especialistas de la salud. Le corresponde afirmar que la persona homosexual es hija de Dios y sigue siendo llamada a vivir plenamente la doctrina de Jesucristo”.
En lugar de hablar de “curación”, Arroyo se refiere a la asistencia que presta la Iglesia a las personas homosexuales, para que se mantengan firmes en la fe: “La llamada a la santidad inscrita en el sacramento del bautismo permanece intacta en la persona con inclinación homosexual. Esta, para ser fiel a ese llamado de Dios, requiere una particular atención por parte de los pastores, así como la acogida, nunca el rechazo, de la comunidad cristiana”.
“En este sentido, resulta consolador saber que solo Dios mira los corazones y le es patente la conciencia humana. Él valora, en consecuencia, más los esfuerzos —el empeño por agradarle, por ser fiel a su doctrina a pesar de las dificultades— que los resultados. Se evita de esa forma el peligro del desaliento o la desesperanza”, puntualiza.
EN UN RECUADRO APARTE:
La homosexualidad en el sacerdocio
Los escándalos de pedofilia en los que se ha visto envuelta la Iglesia Católica ha traído consigo, lógicamente, el propósito no solo de esclarecer los diversos casos e imponer las penas respectivas. También se busca algo que es aún más importante: la prevención.
Así, por ejemplo, una de las estrategias que se ha puesto en marcha, luego de verificar que muchas de las víctimas han sido niños varones, consiste en impedir que las personas con tendencias homosexuales arraigadas puedan recibir el sacramento de la Ordenación Sacerdotal.
“La Conferencia Episcopal Norteamericana, poco antes del 2005, encargó a un agente externo que realizara un estudio profundo relativo a los casos de abuso infantil en Estados Unidos, con estadísticas sobre la incidencia y años de ordenación de los sacerdotes criminales. Tal investigación arrojó resultados que llamaron la atención, por ejemplo, la ordenación de la mayoría de abusadores reincidentes coincidía con el final de los sesenta y la primera mitad de los setenta. Por tanto, no es aventurado afirmar que es la factura del relativismo moral causado por el disenso de los años 60 en Estados Unidos. Dichos sacerdotes, aunque se mantuvieran a raya un tiempo, ante un momento de crisis, depresión, etc. fueron presas de su inclinación y se produjeron los crímenes de pedofilia. Por eso, la Santa Sede reaccionó y ha prohibido que personas con inclinación homosexual accedan al sacerdocio”, puntualiza.