Recientemente el Pontificio Consejo para la Promoción de la Unidad de los Cristianos ha publicado un interesante documento, titulado “El obispo de Roma. Primado y sinodalidad en el diálogo ecuménico y en las respuestas a la encíclica Ut unum sint”. El cual concluye a su vez con una propuesta de la Asamblea plenaria del Dicasterio, titulada “Hacia un ejercicio del Primado en el siglo XXI”. En el presente texto pretendo resumir sucintamente las líneas de fuerza y las conclusiones de ambos documentos.
Desde el principio del texto viene clarificado que tipo de documento es: se trata de “un documento de estudio” que no busca agotar la cuestión, sino “ofrecer una síntesis objetiva de los recientes desarrollos ecuménicos sobre el tema”. Es decir, simplemente presenta el status quaestionis del diálogo ecuménico sobre el primado del Papa y las respuestas a la encíclica Ut Unum Sint de san Juan Pablo II, a su petición de estudiar cual sería el modo de ejercer el primado “en la Iglesia reconciliada”.
El documento ofrece sugerencias, experiencias, líneas de reflexión. Primero hace un concienzudo examen de lo que han sacado a la luz los diversos encuentros ecuménicos y teológicos, oficiales o no, a lo largo de los años. Pone especial énfasis en la carta encíclica Ut unum sint n. 95 de san Juan Pablo II y las respuestas que a este documento se han dado, sean oficiales o informales. Concluye con una serie de sugerencias o puntos de reflexión útiles, que muestran un camino viable para caminar juntos hacia la tan ansiada unidad.

Quizá la conclusión más relevante del texto sea que el primado y la sinodalidad se reclaman mutuamente a todos los niveles: local, regional y universal. “La sinodalidad, de hecho, articula en modo sinfónico las dimensiones comunitarias («todos»), colegiales («algunos») y personales («uno») de la Iglesia a nivel local, regional y universal”. Dicho de otra forma, la palabra clave es “sinodalidad”, que sirve de complemento a la de “primado”. Se trata de comprender la sinodalidad como una característica fundamental de la Iglesia, que conduce, en este contexto, a subrayar la necesidad de un ejercicio sinodal del primado: “Como el primado presupone el ejercicio de la sinodalidad, así la sinodalidad incluye el ejercicio del primado” (Francisco).
No sobra, por lo tanto, una aclaración sobre el significado de la palabra “sinodalidad”. Digamos que, si el concepto de “primado” es ya clásico, la “sinodalidad” en cambio es novedosa y, como se ve, la palabra clave, que viene a significar algo así como “involucrar a todos”, “caminar todos juntos”. O, para expresarlo con mayor precisión con palabras de la Comisión Teológica Internacional citadas en el texto: “La sinodalidad designa sobre todo un estilo peculiar que cualifica la vida y la misión de la Iglesia, expresando su naturaleza como el caminar unidos y el reunirse en la asamblea del Pueblo de Dios convocado por el Señor Jesús en la fuerza del Espíritu Santo para anunciar el Evangelio”.
Otra de las aportaciones del documento es diseccionar en los diversos niveles en que se mueve la función del Papa. En efecto, el Papa es ante todo Obispo de Roma, pero también es Patriarca de occidente -Francisco acaba de recuperar este título, abandonado por Benedicto XVI, con una clara intención ecuménica-, Sumo Pontífice de la Iglesia -ministerio del primado para asegurar la unidad de la Iglesia- y, por último, jefe del Estado Vaticano. Es preciso distinguir entre cada uno de esos cuatro presupuestos que se dan en la misma persona, a la hora de evaluar su acción o su mensaje.

Un punto candente de controversia es el modo de entender el primado de Pedro, el primado del Papa. Hay diversas formas de expresar el primado de honor o el primado de jurisdicción. La Iglesia Católica afirma que el primado del Obispo de Roma es de iure divino, pero -y esta es una de las aportaciones novedosas del texto- el modo en cómo ha sido ejercido a lo largo de la historia ha ido variando y es de iure eclesiástico. Es decir, el documento hila muy fino, ofreciendo una distinción entre la esencia teológica y contingencia histórica del primado
Unida a la cuestión del primado está la comprensión de la “función petrina” en el seno de la Iglesia. En general, las otras confesiones cristianas ven necesaria la función petrina dentro de la Iglesia, como garante de la unidad; por ejemplo, como mediadora o para conseguir la resolución de conflictos. Por un lado, aceptan la necesidad de un poder jurisdiccional, pues la autoridad sin el poder es ineficaz, pero, al mismo tiempo, piden una “limitación voluntaria del poder”.
En este contexto, el documento propone -a sugerencia de las diferentes confesiones cristianas- una reinterpretación de los “textos petrinos” de la Sagrada Escritura (Mateo 16, 18-19 y Juan 21, 15-19), sin anacronismos ni proyecciones abusivas. En concreto, subraya la importancia de las nociones de “Episkope”: supervisión y “Diaconía”: servicio; pues ayudan a comprender mejor el rol de Pedro -del Papa- en la Iglesia.
El documento propone el ejercicio de un sano “principio de subsidiariedad” en la Iglesia, de modo que la estructura superior no interfiera con la inferior, si no es por absoluta necesidad. Es decir, propone una moderación y, en cierto sentido, un límite en el ejercicio de la potestad sagrada.
Sobre el modo de ejercer el primado, el documento toma como punto de referencia la manera en la que se vivió durante el primer milenio, cuando las Iglesias de Oriente y Occidente estaban unidas -o de los primeros 5 siglos para las Iglesias Ortodoxas Orientales-. El modelo de comunión eclesial del primer milenio es paradigmático, pero, al mismo tiempo, no debe idealizarse, ni tampoco descartar las aportaciones válidas del segundo milenio para hacer frente a los desafíos del tercero.

Quizá el punto más delicado de la propuesta hecha en el texto magisterial se refiera al Concilio Vaticano I y su interpretación, sobre todo en lo referente al ejercicio de la potestad sagrada por parte del Papa (jurisdicción ordinaria, inmediata y universal) y al dogma de la infalibilidad papal. Muestra cómo estos dos extremos constituyen auténticos escollos en el diálogo ecuménico. Propone una “relectura” y una “re-recepción” del Concilio Vaticano I. Para ello sugiere realizar una interpretación de los textos conciliares en su contexto histórico, profundizando en la intención de los redactores del texto, así como su inmediata recepción. Pero, sobre todo, sugiere una hermenéutica de los textos en continuidad con los del Concilio Vaticano II. De esta manera es posible interpretar el ejercicio del primado a la luz de una eclesiología de comunión.
Por último, el texto sugiere que la unidad será un don del Espíritu Santo, pero que no nos la va a conceder Dios al final del camino, sino a través de él, durante el camino, caminando juntos no sólo con disquisiciones teológicas, sino también a través del ejercicio conjunto de la caridad.